UN DÍA LÚGUBRE

Ayer fue uno de esos días sombríos, que no debería pasar inadvertido, porque la muerte rondó desde las cinco de la tarde, durante toda la noche, acechando sobre la vida de más de millón y medio de personas que habitamos el entorno general de La Tigra, la única reserva natural que nos queda a los capitalinos, como fuente de agua y como pulmón para depurar el aire que respiramos. Un descomunal incendio desatado por obra de no se sabe que, arrasó cuarenta hectáreas de bosque. Y lo más triste es que la inmensa mayoría de los pobladores, aunque ya habíamos sido advertidos por las noticias sobre el incendio devorador, parecimos no percatarnos de la magnitud del desastre que arrasaba con la reserva de La Tigra, mientras nos entregamos al sueño reparador.

Quizás unos pocos ciudadanos imaginamos el intenso trabajo que en esos momentos de la media noche realizaba el Cuerpo de Bomberos, en su afán de frenar el avance del fuego, para lo cual estos hondureños valientes se exponían a ser alcanzados por las llamas que ganaban fuerza por el apoyo de la brisa veraniega que soplaba, haciendo presagiar que en cualquier momento podría desatarse la esperada lluvia de los chiquirines, que este año nos ha jugado la vuelta, dejando a las pobres chicharras, solitarias, entonando su canto sin poder atraer la lluvia.

Al filo de las diez de la noche, cuando las llamas alcanzaban un tamaño gigantesco, las alarmas de los bomberos no fueron tan estentóreas ni nos estremecieron como otras veces cuando el ulular de las sirenas provoca el sobresalto, cuando la población duerme al filo de la medianoche. Solo las voces de la radio, aquellas que acompañan a los trasnochadores, daban a conocer esta madrugada que el fuego seguía incontenible y que avanzaba persiguiendo más hectáreas de bosque para devorarlas.

Gracias al trabajo extenuante de los valientes bomberos de la capital, su labor no fue infructífera y en el curso de este día la mayor parte del incendio estaba bajo control. Sin embargo, el peligro del incendio de La Tigra no se ha extinguido, porque esa área que es proclive a amontonar millones de hojas de pino, que una vez resecas por el calor se convierten en puro combustible, dentro de poco tiempo estará convertida de nuevo en escenario de fuego, por lo que no es consecuente que los capitalinos vivamos dándole la espalda a ese peligro.

En 1983, cuando un incendio devoró el Cerro de El Picacho, hicimos un llamado urgente a los líderes de la comunidad y esa misma noche, reunidos en el salón de cabildos de la alcaldía de la capital, constituimos el Comité Pro-Mejoramiento del Ambiente, que años después derivó en una organización más completa que fue conocida como Fundación Vida. Hoy, corresponde a los vecinos de El Picacho, El Hatillo y zonas residenciales aledañas a La Tigra, dar un paso similar al que se dio en aquel lejano 1983. Los habitantes de las residenciales que han surgido en los entornos de La Tigra, afortunadamente, son personas que tienen una posición económica solvente que les permite hacer un esfuerzo colectivo para construir un almacenamiento de agua en la zona de La Tigra, en cantidad suficiente que les permita a los bomberos realizar su labor de sofocamiento del fuego y posterior enfriamiento. Porque, la falta de agua fue el factor adverso que tuvieron los bomberos para detener a tiempo el incendio y evitar que el fuego avanzara.

El agua, acarreada en pequeñas cantidades por los helicópteros de la FAH, si bien ayudó a los valientes bomberos en su heroica tarea, era insuficiente, en comparación con el enorme costo de combustible que se gastó en esa tarea, pero, ante todo, el alto porcentaje de riesgo que debieron afrontar los pilotos al momento de descargar el agua para esparcirla sobre las llamas. 

Un buen depósito, con capacidad suficiente para captar aguas lluvias para apagar futuros incendios, más que una contribución social, para ellos será una especie de seguro que les beneficiará a sus propiedades en caso de futuros incendios, que en un área forestal tan frondosa por el buen clima que les favorece, son eventos que infortunadamente resultan cíclicos cada vez que llegan las épocas de calor, cuando las temperaturas suben a tal nivel que no necesitan de una chispa para prenderse en fuego.

Queda esta respetuosa sugerencia para los vecinos de El Picacho, El Hatillo y todas las áreas residenciales de ese sector, porque no es humano dejar todo el trabajo de contención del incendio en el Cuerpo de Bomberos. Estos hondureños valientes hacen el mayor esfuerzo y exponen la vida, pero sin agua suficiente no pueden detener el fuego. Necesitan depósitos de agua que estén al mayor alcance posible. Una buena represa de aguas lluvias en la zona de La Tigra, destinada solo para sofocar incendios forestales como el de ayer, será la mejor contribución para que los bomberos hagan mejor su trabajo en casos de incendios descomunales como el de ayer que destruyó una inmensidad de bosques en La Tigra.

Así son las cosas y así se las hemos contado hoy martes 19 de marzo de 2024.