LO CORTÉS Y LO VALIENTE

Los refranes y los dichos populares no son siempre de fiar, y hay algunos que tienen una visión torva y negativa de la condición humana. Pero hay otros que aciertan y dan en el clavo, para el caso asociar la cortesía y la valentía es algo muy antiguo que tiene validez hasta nuestros días. Es frecuente ver que la cortesía, la serenidad y las buenas maneras se distancian del atropello, la truculencia y la chabacanería. En cambio, la entereza y la firmeza son aspectos que hacen superiores a quienes las practican por encima de la agresividad. Estas bondades como la cortesía y la valentía no son muy comunes en la mayoría de los políticos hondureños. Más bien, creemos que el atropello, la truculencia y la agresividad es lo que constituye el estilo hondureño, podríamos pensar que en la generalidad.

Nada debe preocuparnos tanto como el descenso de la calidad humana en nuestro país, porque eso significa que no tenemos buenos líderes y que los que se enfundan en el uniforme del «generalato político», los que quieren que todo se haga a su manera, y dominar todos los escenarios bajo su única voz de mando, esos no son líderes, son dictadores de oficio que se llenan de cólera cuando escuchan una voz que se atreve a llevarles la contraria. El que se deja vencer por la rabia, porque siente que no todos lo apoyan para conseguir un objetivo indeseable, porque no es bueno para la mayoría de los hondureños, ese no es un líder que le conviene a Honduras.

En ese tipo de líderes lo que prevalece es la falta de cortesía y de mesura, otra buena palabra que tiene elegancia en el buen sentido de la expresión y el gesto, porque un mal gesto es propio de personas mal educadas y groseras, y los hondureños, muchos, estamos rayando en la grosería. Hay tantos políticos, empresarios, escritores, sindicalistas, hasta artistas, que parece que siempre están enfadados, agrios, ceñudos, e incapaces de sonreír, dando la impresión que todos les debemos y no les queremos pagar, cuando lo cierto es que se les paga demasiado, hasta lo que no se les debe. Y se les paga con el dinero de nuestros impuestos.

El uso constante de las palabras exigir, protestar, resistir, refundar, son más bien desmanes que emplean los políticos para hacer presiones, que no negociaciones, poniendo mala cara. Hasta para mentir ponen una cara de falsedad que da miedo. En esto, tiene un doctorado el gerente de la ENEE, bueno para nada en el cargo en el que lo pusieron, donde «no da pie con bola» como se dice en un viejo refrán que es de los dichos ciertos.

Los que en momentos de nuestra vida desempeñamos cargos gerenciales en los medios, hemos aprendido que tratar con el personal humano es la tarea más delicada, porque, entre los que dependen de un empleo por lo general los más exigentes no siempre son los más eficientes. Aprendí de dos grandes maestros, don Rafael Silvio Peña y don Rafael Ferrari que lo cortés no quita lo valiente. Y lo aprendí a tiempo, siendo que en mis primeros años de ejecutivo era demasiado impetuoso, exageradamente estricto y hasta intolerante con quienes estaban bajo mi dirección.

Entre los políticos y los intelectuales es frecuente la vanidad agresiva, en estos la incapacidad de admiración es un indicio infalible de inferioridad y desconfianza. Más allá de la rivalidad que es humana, en el mal sentido de la palabra, el que tiende a inculpar hasta los muertos porque no le hacen caso a lo que dice, o porque no secundan sus propósitos, deja llevar su rencor aguas arriba llegando a lo remoto: cortarle la cabeza para hacer desaparecer al que se atreve a desafiarlo.

En el periodismo ocurren muchos de los desatinos a que nos referimos, es natural porque los periodistas somos humanos, pero en el nivel de los propietarios de periódicos, hubo una leyenda en EEUU, la editora Katherine Graham, directora por varias décadas del Washington Post, la catedral del periodismo estadounidense, que, cierta vez al ofrecer una conferencia en una universidad de la capital norteamericana dijo que lo difícil en un periódico, siendo una empresa societaria, era respetar la opinión de los columnistas y escritores, aunque estos no comulgaran con la línea editorial del Post. La señora Graham había asumido la dirección del Washington Post en el complicado 1963, año en que asesinaron al presidente John F. Kennedy, cuando las diferentes corrientes de opinión de EEUU se trabaron en un debate encarnizado.

Años más tarde, el Washington Post, por medio de reportajes de dos atrevidos reporteros, fue el causante de la renuncia del presidente Richard Nixon, acusado de espiar la sede de los demócratas en el edificio Watergate. Y cuando los sectores republicanos le reclamaron a la señora Katherine Graham de permitir que su periódico desestabilizara a EEUU, no tuvo necesidad de repetirles su declaración ofrecida a una audiencia universitaria sobre el derecho a la libertad de expresión.

La tolerancia de la señora Katherine Graham es la lección más contundente de la que todavía tenemos que aprender mucho los que dirigimos medios de comunicación, de la naturaleza que sean.

Así son las cosas y así se las hemos contado hoy martes 21 de mayo de 2024.