
Por Nery Alexis Gaitán
En este ataque despiadado de antivalores que está afectando a la sociedad hondureña, es urgente hacer un alto y combatir esta oprobiosa carrera hacia el mal que a todos nos llevará a la perdición sin remedio alguno. No podemos seguir soportando las inclemencias del odio y la maldad en todas sus formas.
Volver a cultivar los valores espirituales y morales es el único camino hacia la redención.
El diccionario define que una persona honesta es decente, recatada y pudorosa. Es decir, que siempre actuará con integridad en todos los actos de su vida. La honestidad es el estandarte del bien y resplandece en el horizonte del amor. El honesto es amigo de Dios.
Una persona que profesa la honestidad, como parte de su diario vivir, será una persona valiosa y todos los actos de su vida serán prósperos y dignos. Hará el bien a los demás y nunca su corazón ni su alma serán presas de la oscuridad. La persona honesta llegará puntual a sus labores; hará un trabajo de calidad y se retirará a la hora convenida. Las excusas estarán desterradas de sus labios
y siempre hará lo que se espera de él o ella, será una persona altamente confiable.
Los honestos no son ladrones, aunque les ofrezcan grandes capitales mal habidos, no los tomarán. Son altamente respetuosos de la ley y no delinquen de ninguna forma. Pagan sus impuestos correctamente. Son excelentes ciudadanos, excelentes vecinos; les interesa el bienestar de la ciudad donde
viven, no son destructores, al contrario, siempre están dispuestos a edificar para el bienestar de todos. No son nocivos de ninguna forma.
La honestidad es el mayor bien del alma porque contiene la fidelidad. El honesto es fiel con Dios, y todo lo demás le vendrá por añadidura en el concierto de una vida ejemplar. La honestidad abre el portal de la más valiosa calidad de vida posible.
El honesto es pieza clave en la construcción de una mejor sociedad. Ya que es un político honrado y usa el dinero de los pobres en verdaderas obras de impacto social, sin robar un solo cinco. Es un maravilloso padre, un gentil hermano, un hijo amoroso y un amigo fraterno. Los honrados son quienes construyen un mundo mejor para todos.
En cambio, el deshonesto es creador de amarguras y llanto. Jamás piensa en el bienestar de los demás, sólo en su mezquino interés. No ayuda, no hace el bien, todo lo contamina de maldad.
Abundan los ejemplos de sinvergüenzas que hacen daño por doquier. El político corrupto que ha condenado al pueblo a vivir en la miseria; el pastor que le roba el diezmo a los feligreses y vive con lujos de todo tipo; el médico que atiende mal a sus pacientes; el abogado que cobra sumas exorbitantes por sus servicios; los que hacen mal su trabajo y no les importa; los que traman la maldad en sus corazones… Todos ellos han perdido sus valores y están de espaldas a todo lo bueno y noble que existe.
Urge que volvamos a cultivar los altos valores. Se debe enseñar a las nuevas generaciones que los valores espirituales y morales son la columna vertebral que conduce a la inmortalidad. Y que se debe respetar las leyes hasta las últimas consecuencias. Así las nuevas generaciones se convertirán en personas de bien, que es lo que necesita el país para progresar correctamente.
Aquí viene, queridos lectores, la única pregunta valiosa que nos podemos hacer buscando una respuesta positiva: ¿soy una persona honesta? Si es así hará muy feliz a su familia y ganara el cielo que es el regalo más valioso que existe.
¡Seamos honestos incluso ante las mayores adversidades de la vida!
