
Por Nery Alexis Gaitán
Si el ser humano pierde sus valores, todo lo que haga será de mala calidad. Ninguna sociedad creada por el hombre es perfecta; de hecho, las equivocaciones son parte de la condición humana. Vivir una vida angelical en la Tierra, por lo tanto, no es posible. Pero hay de sociedades a sociedades. Algunas son ricas con una alta calidad de vida material; otras son pobres materialmente, pero con una alta calidad de vida espiritual. En los países ricos muy a menudo confluyen la riqueza espiritual y material; sin embargo, la mayoría de las sociedades del planeta viven en pobreza, odios y guerras.
La sociedad hondureña es pobre, tanto material como espiritualmente. Las condiciones de vida de la mayoría son precarias, viven en la línea de la pobreza y están emigrando a la miseria por el alto costo de la vida. La pobreza y la miseria abundan por todos lados; son pocos los que viven en la opulencia.
La eterna pregunta es: ¿qué hicimos mal? Cuando veo que los políticos desde siempre se han dedicado a robar y saquear inmisericordemente los bienes del Estado, condenando a todos los hondureños a la miseria y el hambre. Y lo peor es que todos hemos sido cómplices al permitir los robos constantes, como si fueran algo normal.
Cuando veo que la corrupción se ha institucionalizado en el país en todos los niveles, y que se manifiesta que “el que no roba es tonto”. Cuando veo que los diputados son deshonestos, que se blindan para que no los alcance la ley por sus fechorías, y que legislan solo para favorecer a los grandes y poderosos. Cuando veo que los impartidores de justicia sólo procesan a los pobres y desvalidos, y que se venden al mejor postor. Cuando veo que la vida humana ya no vale nada y que se mata por insignificancias.
Cuando veo que en las instituciones del Estado impera la mediocridad y la inoperancia, y de paso son cómplices del crimen. Cuando veo que en las instituciones de salud han robado los medicamentos y tratan a los pacientes peor que a animales. Cuando veo que los maestros han abandonado el apostolado de la educación y más bien son un mal ejemplo de deshonestidad. Cuando veo que no tenemos una identidad colectiva, que nos oriente a trabajar por el bien común, para sacar adelante a nuestras familias y vivir en un país próspero tal como debe ser.
Cuando veo los hogares desintegrados, ya que el padre irresponsable ha abandonado los hijos por irse con otra mujer, y viceversa. Cuando veo que los padres no les enseñan valores a los hijos; cuando veo que los hijos no respetan nada ni a nadie. Cuando veo que los educadores de los niños son el celular, la tablet y las redes sociales.
Cuando veo a una niña de unos 8 años decirle a una muchacha que la cuida: “Imbécil, tonta, mejor no hubieras nacido, etc.”, mientras la madre escucha el maltrato y sigue indiferente con el celular. Cuando veo a un niño de unos 6 años insultar a la mamá, y entre otros insultos decirle: “Gorda HDP”, porque se quería salir y la madre estaba ocupada haciendo trámites en el banco.
Cuando veo odio, maldad, sinvergüenzadas al por mayor en cada rincón del país, siento que todo se ha perdido. Y recuerdo los versos desgarradores del poeta Ramón Ortega: “Cuando veo que pasa a mi lado tanta infamia/y que mancha a mi planta tanto lodo/ ganas me dan de maldecir la vida/ ganas me dan de maldecirlo todo”.
¿Qué hicimos mal?, vuelvo a repetir. La respuesta es sencilla, hemos rechazado, quizás desde siempre, los altos valores que dignifican la vida. Ya no somos sinceros, honrados, generosos… Nos hemos vuelto abanderados de los antivalores. En nuestros actos somos perversos, deshonestos, sólo buscamos enriquecernos materialmente a costa de lo que sea.
¡Sin ser pesimista, pero si no retornamos a los valores, jamás saldremos de la miseria material y espiritual en que vivimos!¡Los hondureños merecemos un mejor destino en la vida!
