
La tradicional práctica de los “judíos” o “diablos” —jóvenes disfrazados con máscaras y ropa colorida que representan figuras bíblicas o simbólicas— llena de vida las calles de zonas rurales durante el Jueves Santo. Aunque esta costumbre de Semana Santa, que recrea pasajes de la Pasión de Cristo correteando niños, bailando o pidiendo propinas, ha perdido fuerza en las ciudades, sigue atrayendo a turistas en comunidades donde se valora como expresión cultural, pese a críticas por el uso del término “judíos” que perpetúa estereotipos.
Los disfrazados, comunes hasta el Viernes Santo, divierten a vacacionistas y locales, quienes les ofrecen dinero a cambio de sus actuaciones, especialmente en plazas y casas. Aunque en áreas turísticas se enfoca en la diversión y las propinas, la tradición busca mantener viva la memoria católica de la Pasión. Sin embargo, su carácter festivo y el debate sobre su nombre han llevado a un declive en urbes, persistiendo con menos solemnidad en el ámbito rural, donde sigue siendo un atractivo cultural.