Tegucigalpa, Honduras.
Planteábamos en nuestro artículo anterior que la corrupción es la epidemia más grave que ha daño a nuestro pueblo. Y sigue viento en popa y a toda vela sin que nadie haga nada por detenerla. Peor aún, se ha incrementado a niveles escandalosos, nunca antes vistos. Si no detenemos la corrupción estamos condenados al fracaso como país.
¿Qué debemos hacer para salvar a Honduras? La respuesta es sencilla, pero no fácil de aplicar: Luchar contra la corrupción e instaurar esa lucha como una prioridad nacional. Es urgente reforzar nuestra identidad colectiva para amar al país y sus recursos como debe ser. Así explotaremos los recursos de la forma correcta sin despilfarrarlos ni traficar con ellos ilegalmente.
Se debe establecer un verdadero plan de nación que contenga como prioridad el desarrollo del país para eliminar la pobreza y beneficiar a todos los sectores de la sociedad. Es decir, se debe trabajar por el bienestar colectivo. Por lo tanto, el hondureño debe cambiar la mentalidad mezquina y egoísta y debe trabajar en pro del bienestar familiar y del país.
Se deben elegir personas honestas y capaces en los puestos de elección popular. Que la meritocracia sea la única opción; y eliminar el nepotismo y el compadrazgo. Seguir eligiendo corruptos es ser cómplices de la corrupción imperante. El hondureño debe aprender a no botar su voto y analizar a quién le brinda su apoyo político.
Se debe reforzar el sistema democrático y las instituciones que lo sostienen; la democracia es el camino del desarrollo. El sistema de justicia debe ser más eficiente y debe aplicar la justicia por igual; se debe eliminar radicalmente la impunidad.
Mientras no haya políticos que en verdad estén interesados en el bienestar del país y en eliminar la pobreza, nada cambiará. Los políticos actuales sólo nos dan más de lo mismo: corrupción y miseria. Sólo están interesados en el bienestar personal y de sus allegados; enriquecerse de la noche a la mañana, a costas del erario público, es su prioridad.
Si en verdad queremos salvar Honduras se deben desarrollar los dos ejes principales: educación y salud. La educación transforma las mentalidades, cultiva valores y hace que las personas se desarrollen en un contexto humanista. La historia nos enseña que la educación cambia radicalmente la calidad de vida de un país.
Tal como reflexiona la doctora Julia Rodríguez: “Tenemos que empezar a luchar por educar nuestros niños, ellos son el futuro. La ignorancia tiene a toda Latinoamérica en un pozo de arenas movedizas. Europa, Canadá, Estados Unidos, Japón y China le apostaron a la educación, y podemos ver los cambios. Alemania le apostó a la educación después de la Segunda Guerra Mundial (quedó en ruinas), y en menos de 80 años son potencia. Sin educación, no hay cambio”.
Desafortunadamente en Honduras la educación pública es deficiente, politizada, los centros escolares están casi en abandono y los docentes tienen pésimas condiciones laborales. No existe un plan nacional educativo que refuerce la idiosincrasia y la identidad nacional del hondureño.
La salud es el otro factor esencial de desarrollo en todo país. Un pueblo sano mejora su expectativa de vida, que es lo más valioso. Un sistema de salud eficiente es la prioridad; un pueblo sano es feliz. Pero, como todos sabemos, en Honduras el sistema de salud pública está colapsado.
Los centros de salud y los hospitales están desabastecidos; la mora quirúrgica es enorme. Los doctores y enfermeras, faltos de empatía y humanismo, tratan a los pobres peor que a perros callejeros. Ir a un centro de asistencia pública es la peor tragedia que le pueda ocurrir a un hondureño.
Y, para variar, este gobierno ineficiente, lleno de nepotismo y corrupción, a siete meses del año solo ha ejecutado el 24% del presupuesto. No le interesa para nada el bienestar de los pobres que son la mayoría en nuestro país.
Es tarea de todos salvar Honduras. Nuestros hijos nos lo agradecerán. Nery Alexis Gaitán