
En Santa Bárbara, el miedo se ha convertido en una sombra que paraliza. Este martes, las terminales de transporte interurbano amanecieron vacías, sus puertas cerradas y sus buses detenidos. No fue un problema técnico ni una huelga laboral lo que detuvo el ritmo habitual de la ciudad, sino el temor a las extorsiones. Cartas amenazantes llegaron a los transportistas, y el peso de la intimidación fue más fuerte que la necesidad de trabajar. Ante el riesgo de represalias, decidieron que la única salida era detenerse.
Las autoridades, conscientes de la gravedad del momento, desplegaron un operativo policial en las terminales. “Estamos aquí para apoyar, pero necesitamos que denuncien”, insistió un oficial, mientras supervisaba la zona. Sin embargo, las palabras chocan contra un muro de silencio. Los transportistas, atrapados entre el miedo a denunciar y el temor a seguir operando, optaron por el cierre temporal. Esta decisión no solo afecta sus bolsillos, sino también a miles de personas que dependen del transporte para su vida diaria. Santa Bárbara hoy respira incertidumbre, mientras el crimen intenta imponer su ley.
