LA LEGITIMIDAD ES UN MITO

Es evidente que en nuestro tiempo la legitimidad ha pasado a ser un mito. La única forma legítima de gobierno era la democrática, aquella que se funda en la voluntad libre y expresa de los ciudadanos, renovada y refrendada periódicamente con posibilidad de rectificación. Por supuesto, con la condición de que sea posible, efectiva, real, y que se den las condiciones necesarias para su ejercicio. Esto ya es historia con lo ocurrido en Venezuela, la legitimidad ya no existe, porque ha sido sustituida por la fuerza, cuando el legítimo ganador no solo fue impedido de asumir el poder en el país, sino que ha sido denostado y vituperado por un régimen autoritario, fascista desde todo punto de vista, que raya en el cinismo de autoproclamarse «democrático».

Se da por supuesto que hay democracia allí donde se celebran elecciones, aunque sea sin libertad, bajo amenazas, sin conocimiento de lo que se decide, sin opinión pública, sin que se exprese la voluntad real de los ciudadanos, como en Venezuela, pero eso no es democracia, porque los venezolanos en su mayoría votaron por Edmundo González, aunque Nicolás Maduro, con el apoyo de un narco ejército se robó las elecciones parta perpetuarse en el poder, el y toda su recua de bandidos uniformados, por lo que resta del siglo, como tuvo el descaro de proclamarlo este día Nicolás Maduro.

Cabe la pregunta: ¿hay legitimidad? La respuesta contundente es: ya no hay legitimidad, en la medida que ha ido desapareciendo la vigencia de la ley. Hoy, la legitimidad se confunde con la ilegitimidad, desde la inexistencia de la primera hasta la plenitud de la segunda, por lo menos en Venezuela, que, con el robo de Nicolás Maduro lo que asume el poder es el imperio de la total ilegitimidad, y decimos total, porque la falsificación de la aparente legitimidad democrática con la que fue investido Nicolás Maduro es el resultado de la imposición brutal, producto del uso de la fuerza que dan las armas, que son las que al final sostienen a un régimen monstruoso como el de Nicolás Maduro.

Los romanos lo decían muy bien: las leyes sin las costumbres son vanas. Hoy, cualquiera es demócrata, hasta un sátrapa como Nicolas Maduro tiene el descaro de proclamarse presidente democrático, sabiendo que su brutalidad autoritaria lo eleva al nivel de «tirano», el gobernante que insufla con fuerza bruta su comportamiento autoritario. Y ante este nuevo tipo de gobiernos, no solo flaquean los principios, sino que hay organizaciones, grupos, partidos, multiplicados por poderosos instrumentos llamadas «redes sociales» dedicados a insultar, desprestigiar y ridiculizar todos los principios morales mediante una empresa de desmoralización.

Estas son las armas de Nicolás Maduro, del chavismo y de todos los sectores que se acobijan bajo el Foro de Sao Paolo para apoderarse de los países. Para todo este conglomerado la legitimidad no existe, es asunto de ingenuos, para ellos la única realidad es el poder a como sea, por las buenas o por las malas, como lo dijo en su momento Nicolás Maduro. Lo malo es que esta conducta se va extendiendo en varios países al grado que este tipo de gobiernos que no piensan en la alternancia sino en la perpetuidad igual que en Cuba y Venezuela, pueden ser más.

Y aunque parezca una ilusión o una utopía lo que vamos a decir, esta clase de conducta de política atroz, solo se puede combatir con una enérgica campaña de afirmación de la verdad, de desenmascaramiento y rechazo de la mentira; pero, los primeros que deben entender la urgente necesidad de esta campaña son los lideres de los partidos democráticos, que por desgracia en su mayoría no tienen conciencia del peligro que se cierne sobre Honduras y todos los habitantes.

No deben caer en el error de pensar que estamos en los tiempos de la política convencional, esa política digna y aceptable a la que se llegaba partiendo de la vida misma, es decir de la vida personal. Dada la circunstancia, cuando la legitimidad es manoseada por los que abusan del poder, que se escudan en la bandera de la ilegitimidad, que desconocen el valor y validez de las normas, a Honduras solo le queda que los ciudadanos metidos a la política, reflexionen y sean conscientes que este momento es el de ceder las aspiraciones personales para darle cabida a un líder que tenga capacidad de aglutinar la voluntad de la inmensa mayoría de los hondureños que deseamos seguir viviendo en democracia. Esto no es un sueño, ¡es un anhelo legítimo!

Así son las cosas y así se las hemos contado hoy viernes 10 de enero de 2025.