
En uno de los cuentos de García Márquez aparece Blacamán, el mago, un personaje que tenía el poder de resucitar a los muertos. Al final del cuento, que es una historia entretenida sobre el desdoblamiento de la personalidad, el mago Blacamán logra revivir a su propia egolatría, pero decide enterrarla en su tumba para darle un macabro escarmiento, un relato digno de la fantasía del autor de «Cien Años de Soledad». Algo parecido, pero más prosaico sucede con Salvador Nasralla, que desde que entró a la vida política, demostró que nació afectado por el síndrome del fraude. Cuando creó el PAC, que fue su mejor proyecto político, Salvador Nasralla anunciaba tener un respaldo de un millón y medio de votantes, pero al final de la elección, al obtener aproximadamente 450 mil votos, denunció que había sido víctima de un fraude, algo que no fue tomado en serio por nadie, porque un fraude que sobrepasa dos veces el total obtenido, puede ser broma o cualquier otro invento, menos fraude.
La secuela del fantasma del fraude siguió persiguiendo a Salvador en su segunda participación electoral, al encabezar la fórmula presidencial en alianza con el PLR en el 2017, y de nuevo Nasralla batalló con la bandera del fraude, pidiendo recuento parcial de votos, que una vez efectuado, se comprobó la inexistencia de la marrulla aludida por Nasralla. Donde sí le hicieron fraude a Salvador Nasralla, fue en el 2021, tras sellar una alianza de último momento con Mel Zelaya y Xiomara Castro, en la que le garantizaban que sería primer designado presidencial, casi en calidad de vicepresidente, mientras su esposa Iroshka creía verse coronada como segunda primera dama, título tan inexistente como cómico, que solo los esposos Nasralla pudieron haberlo tomado como una promesa seria de los Zelaya Castro.
Es decir, este último capítulo de la alianza del 2021 es el verdadero gran fraude que le hicieron a Salvador en sus propias narices, pero que pronto se le fue al bolsillo del olvido, hasta que, igual que el nigromante Blacamán del cuento de García Márquez, lo revive ya como militante del Partido Liberal, al que le juro lealtad reciente, prometiendo que trabajaría hasta llevarlo al poder. Partiendo de un cotilleo, llámese chisme, entre dos damas liberales, una de las cuales hasta hace poco era considerada una figura importante del movimiento de Nasralla, por alguna razón migró al movimiento adversario de Jorge Cálix, se trabo en uno de esos chismorreos en que se entrelazan dos damas hablantinas, hablando de raspar con un pedazo de lija los aparatos biométricos para inutilizarlos, lo cual es un argumento barato, porque para hacer un daño cuantitativo en este sentido, tendrían que haber miles de personas lijando los pequeños aparatos. Esto, además de prosaico, es quimérico, porque no es posible llegar a tomar como algo serio un cotilleo telefónico entre dos mujeres para elaborar una denuncia de fraude.
Un fraude requiere de muchos elementos subterráneos, y en todo caso, el fraude se hace contra los liberales, partiendo del adversario que tiene el control de todos los poderes en estos momentos. El fraude electoral requiere de una gigantesca operación, montado con muchos recursos. Imputarle un fraude al adversario, por el temor de que este le gane la elección interna, es una verdadera calamidad que solo puede ser frenada si los ciudadanos, liberales o no liberales, pasan por alto este nuevo chiste de Salvador Nasralla, que una vez más demuestra que su alter ego lo hace creerse que está por encima de todos.
En los últimos ocho meses un equipo de amigables componedores ha estado dialogando con Cálix por un lado y con Nasralla por el otro, haciendo conciencia entre ambos sobre la necesidad de mantener una campaña en armonía, de lo que depende que el Partido Liberal salga graníticamente unido y robustecido de las elecciones primarias. Naturalmente que esto no le conviene al PLR, que hace hasta lo imposible por atizar la división entre los liberales, de manera que el arsenal del fraude disparado por Nasralla contra su opositor interno Jorge Cálix es el mejor regalo que Salvador Nasralla le pudo hacer a su amigo Mel Zelaya.
Ignorar que el debate envenenado del fraude, a escasos días de las Elecciones Primarias, a quien mayor daño le causa es al PL, hace que los ciudadanos que tienen autonomía de pensamiento y que habían pensado en Salvador como una opción para derrotar al PLR, ahora estén atrapados en la duda, respecto a mantener o no el voto por Nasralla, puesto que si este se sigue manteniendo en un estado febril, producto del síndrome del fraude, del que no ha obtenido curación, es porque no está seguro de ganar y siendo este el caso, crean que lo mejor es votar por quien en todo momento expresa seguridad de ganar la elección.
Porque como decía el hechicero Blacamán en el cuento de García Márquez: «pongo el oído en la lápida donde está sepultada mi egolatría, para oírla llorar en el sepulcro. Y si acaso se ha vuelto a morir, uy la vuelvo a resucitar, pues la gracia del escarmiento es que siga viviendo en la sepultura, mientras yo esté vivo, es decir, para siempre». Este genial cuento de García Márquez es aplicable al momento politico hondureño, cuando un cotilleo entre mujeres es tomado para formular una denuncia de fraude. Pobrecito el Partido Liberal, creyó haber encontrado dos extremos que lo devolvían a la vida, pero uno de ellos, que no pudo curarse del síndrome del fraude, ha estado a punto de echarlo todo a perder. ¡Ojalá que no sea así!
Así son las cosas y así se las hemos contado hoy viernes 7 de marzo de 2025.