En la enésima demostración decisiva de Griezmann, doble goleador y promotor crucial del 2-0 de Morata, el Atlético de Madrid retomó el mando de su grupo, ganador en una fiesta en el Metropolitano frente al Celtic (6-0), doblegado por la eficacia inicial del francés y la expulsión en el minuto 23, aún con 1-0, de Maeda.
Ya son 168 goles de rojiblanco de Griezmann, a cinco nada más de los 173 inigualables de Luis Aragonés en la historia de una entidad centenaria, rumbo a la eternidad en el Atlético, aclamado por los 60.863 espectadores del Metropolitano cuando fue cambiado por Diego Simeone ya con 3-0, con el trabajo ya completamente resuelto, con el triunfo ya seguro.
Después lo amplió Samuel Lino, con un golazo al minuto, en el 66, de su reaparición después de tres partidos de baja para agrandar la brecha entre el Atlético y el Celtic. Más tarde, de nuevo, Morata, con su duodécimo gol del curso a nivel de clubes en catorce choques, con un certero tiro desde el borde del área. Luego, el 6-0 de Saúl, ya en el 85, para redondear un triunfo concluyente.
Ya son ocho puntos en el cuarteto que lo alejan definitivamente del conjunto escocés, pero no del resto. El grupo se mantiene en la fuerte competencia que aún se presupone entre el club rojiblanco, el Lazio -un punto por detrás- y el Feyenoord -dos puntos por debajo-. Entre ellos anda el pase a los octavos y la primera posición del grupo. Quedan dos jornadas.
Ganador de su decimosexto partido consecutivo como local (14 en Liga y dos en la Liga de Campeones), el Atlético aprovechó su primera ocasión. Todo es más fácil con esa pegada. Todo es más sencillo cuando tienes un recurso como Griezmann. Una solución constante.
En su puesto de interior izquierdo, en el incierto inicio de partido que percibió el conjunto rojiblanco, en seis minutos, el internacional francés, el próximo máximo goleador de la historia del club, más pronto que tarde a este ritmo, golpeó al Celtic con un control y un tiro con la zurda. Un rebote en un defensa transformó la estirada de Hart en un esfuerzo inútil.
El centro que provocó la acción, el despeje de la defensa escocesa, fue de Riquelme, un chico al que no se intuye límite hoy por hoy. Afilado, rápido, desbordante, tiene un extremo, un carrilero, un futbolista, para mucho tiempo el Atlético, que comenzó a ganar el partido por su perfil y por el gol de Griezmann. Un tesoro en los tiempos actuales en la Champions.
Un impulso de convicción y confianza para el grupo de Diego Simeone. Consciente de que era un choque crucial. Sin matices. Sin excusas. No fue el primer tramo el juego que pretendía el Atlético, de nuevo ante un Celtic que surgió potente, atrevido, al que no le pesó la posesión, pero que se quedo ahí, devorado después por las circunstancias.
Aún con 1-0, el equipo escocés jugó más en campo contrario que el Atlético, hasta la expulsión de Maeda, allá por el minuto 20. Uno de sus futbolistas más transcendentes. El extremo japonés cometió una imprudencia, cuando enseñó demasiado la plancha en una pugna a toda potencia de Mario Hermoso. El impacto en el tobillo del rojiblanco, por mucho que perfiló la bota hacia un lado, rebasó el límite entre la tarjeta amarilla a primera vista del árbitro, Ivan Kruzliak, y la roja en cuanto revisó la jugada en el monitor a pie de campo.
Condicionado y reducido el Celtic, la superioridad numérica ya transformó definitivamente el partido. Aún hubo un susto, en un saque de esquina que Álvaro Morata despejó al aire y Jan Oblak solventó, milagroso, con una mano izquierda salvadora. El balón iba hacia dentro. Señalado en los dos goles del pasado viernes en Las Palmas, tal parada es una reivindicación del mejor guardameta de la historia del club rojiblanco, aunque no sea siempre infalible.
Ya no permitió más el Atlético, que se apropió de todo. Del balón, de los espacios, del juego, de los desmarques y de todo la acción en el campo del bloque escocés, al que no le quedó otra que replegarse en su territorio a la espera de un contragolpe ya inesperado, a la espera de lo que fuera capaz el equipo rojiblanco, que insistió, insistió, insistió y marcó el 2-0.
Al borde del descanso, en el minuto 47, todo surgió de un centro magistral de Griezmann. Con precisión, en diagonal, desde la banda derecha, casi pegado a la línea en tres cuartos de campo, hasta dentro del área, conectó con Giménez, que dio continuidad a la acción con una dejada con la cabeza para la llegada de Morata, que sentenció el partido desde el suelo.
Antes del descanso, Hart voló para repeler un remate de Correa. Después del intermedio, con la entrada de Marcos Llorente por Pablo Barrios a la vuelta del vestuario, el portero hizo de nuevo lo mismo ante el atacante argentino, luego vio con alivio como el larguero escupía un cabezazo bombeado de Giménez, ya reducido el duelo a lo que fuera capaz el Atlético.
O Griezmann. Y eso es una condena para cualquier rival cuando se expone al atacante francés, que se inventó una media chilena con la izquierda para el 3-0 a la hora de partido, antes del merecido descanso que le otorgó Simeone con el encuentro resuelto; antes del golazo con la derecha desde el perfil izquierdo de Lino, con una rosca imposible para Hart; antes del 5-0 de Morata y antes del 6-0 de Saúl. El fin de fiesta del Metropolitano y del Atlético, reconciliado con la Liga de Campeones, aún en la pugna por la clasificación.