Una de las peores consecuencias de la eliminación del tratado de extradición, adoptada por la Presidente Xiomara Castro, es la caída definitiva de la promesa de la instalación de la CICIH, una oferta de campaña que no pasó de ser una promesa a lo largo de más de dos años y medio de gobierno. La reiterada insistencia de que se firmaba un acuerdo tras otro con los representantes de la ONU, y que este organismo era el que ponía trabas para no instalar la CICIH, como lo adujo Mel Zelaya, es una excusa que deberá el vocabulario de la Presidente Xiomara Castro, luego del aluvión de lodo que le ha caído al gobierno con la vinculación de miembros de su familia con el narcotráfico.
La serie de implicaciones de la familia gobernante con estos grupos, publicadas dentro y fuera del país, hacen descartar por completo la participación de la ONU para colaborar con el gobierno de la gobernante hondureña, para avalar la instalación de la CICIH. El argumento queda sepultado, no habrá crédito internacional para pensar que el gobierno de Xiomara Castro, salpicado con la implicación de importantes funcionarios, que a la vez son parte de la familia, en la narcoactividad, tenga una pizca de calidad moral para ponerse al frente de la lucha contra el crimen organizado.
En el libro «Confesiones de Rousseau», hay un pasaje muy emotivo donde cuenta la forma artera al robarse una pequeña cinta, trabajando de lacayo en una casa de Turín, y eludir su responsabilidad al decir que se la dio a una bella joven cocinera. Ante lo cual es sometido a un careo, y aunque está avergonzado por lo que ha hecho, ni siquiera las lágrimas de la joven inocente que le reprocha: «creía que usted era bueno, es capaz de confesar su culpa». Es más, la joven cocinera ni siquiera se encoleriza ante la inesperada injusticia al ser despedidos los dos. Fue tal el peso que a lo largo de su vida tuvo esa acción ignominiosa, que la publicación del libro «Confesiones» fue una manera de poner en paz su conciencia sobre aquella denigrante acción.
Con frecuencia vemos que en nuestro país hay una amplia nómina de personas que han incurrido en acciones y actos vergonzosos, como desviación de dinero público a sus cuentas, jueces que han prevaricado en sus decisiones judiciales para favorecer a personas a cambio de pagos extraordinarios, y alianzas con grupos delictivos criminales para traficar con drogas. Y todo esto lo han conseguido envolviéndose en la bandera patriótica del país al que dicen defender y servir. Hasta ahora no habíamos visto una confesión, hasta que el diputado Carlos Zelaya Rosales, apremiado por las circunstancias de la presión internacional de EEUU, ni siquiera ha hecho el intento por rehuir la responsabilidad de haberse reunido con elementos de los carteles, porque era algo que ya estaba en conocimiento de autoridades hondureñas y de EEUU. Su comparecencia el sábado anterior en el Ministerio Público no fue propiamente para descargar su conciencia, sino para buscar la manera de eludir lo peor que le puede pasar a una persona de su condición: ser extraditado por EEUU.
Carlos Zelaya, igual que otros de su mismo partido y de otros, podrán ser vistos desfilando por los tribunales hondureños, quizás ya no tan soberbios ni altaneros, pero tampoco ofendidos, ni podrán alegar persecución política de EEUU, como tampoco podrán sentirse mártires de la injusticia de EEUU, porque aunque aquí la justicia hondureña en lugar de castigarlos los protegerá de la extradición, de lo que no se podrán librar es de la vindicta pública que los condenara por ser protagonistas de su codicia e indecencia que los llevó a usar la política para ganar influencia y poder para unirse a la actividad del narcotráfico.
Como la justicia hondureña no anda para nada bien, algo que es indiscutible, los hondureños no confiamos en estos tribunales desde donde se delinque y se extorsiona, porque los que últimamente han llegado a ocupar los estrados judiciales en su carrera han hecho méritos y dinero siendo defensores de varios elementos de estos cárteles. Pero si algo tenemos que reconocer en el diputado Carlos Zelaya, es que, pudiendo refugiarse en el silencio, quizás por no soportar el peso de su conciencia, acabó confesando a medias lo que medio mundo en Honduras ya conocía de su trayectoria.
Ahora bien, ya Carlos Zelaya hizo lo que le correspondía. Pero ¿sus camaradas serán capaces de imitarlo y hacer lo mismo? Porque no vemos esa actitud en otros, doña Rixi Moncada más bien se aferra a ensuciar con su presencia a una institución importante para el país como son las FFAA. Si la pacotilla de funcionarios que ocupan altos cargos en el gobierno de Xiomara, cree que la revelación de Carlos Zelaya los dejará intactos, es porque la vergüenza los ha abandonado, porque aún los indecentes procuran no perder el escaso prestigio que les queda cuando son puestos al descubierto por las confesiones de uno de sus camaradas.
El latrocinio que no es algo inusitado sino premeditado, es tan degradante como infame, pero el narcotráfico le sobrepasa con creces por el daño que causa a millones de personas y por el lucro que genera a quienes lo llevan a cabo como la manera más práctica de ganar inmensas cantidades de dinero para ascender al poder y controlar el país. Carlos Zelaya lo confesó a medias, nada más que un acta de una unidad policial lo fulmina al hacer constar los objetivos de una reunión en la que se planificó el asesinato del zar antidrogas Julián Arístides Gonzales. Con todo esto al destape, la CICIH es una necesidad que le corresponderá a otro gobierno que no sea del actual partido gobernante.
Así son las cosas y así se las hemos contado hoy martes 3 de septiembre de 2024.