Esta semana, mientras desayunábamos con un amigo en el restaurante de un hotel de la ciudad, me pidió el celular para guardarlo en un lugar hermético. Le dije que el teléfono estaba apagado y además bloqueado, con lo que consideraba que no podía estar al alcance de alguna interferencia. Me sacó del error y me mostró en un minuto cómo los teléfonos celulares, aun apagados y bloqueados, son susceptibles de ser interferidos por un sistema de espionaje que usa el gobierno. Mi amigo me convenció que desde que el gobierno trajo a Honduras un sistema llamado «Pegasus», nos están espiando y grabando nuestras conversaciones. Me convenció que, por eso muchas llamadas y conversaciones de ciertas personas importantes están siendo archivadas en determinadas oficinas del Estado para hacer un perfil personal y usarlas como respuesta cuando hay alguna crítica contra el gobierno.
Alguien está controlando nuestros movimientos a través del celular, y de esto no estamos acusando a alguien en particular, pero lo cierto es que la privacidad ya no existe en Honduras, mientras tengamos junto a nosotros el aparato celular. Y no podemos protestar porque oficialmente vivimos en un ambiente de absoluta libertad, donde se nos respetan nuestros derechos humanos, aunque desde el momento en que un sector del Estado se interesa por saber dónde estamos, lo que hablamos, con quién hablamos y qué hacemos, estamos sometidos a un acoso que no sabemos de dónde proviene, aunque suponemos que esta es una labor que hacen los cuerpos de seguridad del Estado.
Creíamos que este seguimiento solo se daba en EEUU y los países europeos, pero llegamos al convencimiento que también en Honduras se ha perdido la privacidad. Me resistí a aceptar que ahora ya no debo llevar el teléfono a esas reuniones sabrosas donde entablamos conversaciones amenas, especialmente con políticos y algunos colegas, de los cuales obtenemos información del acontecer nacional, que es fundamental para nuestra profesión periodística, y que corresponde a un periodista que tiene el deber de estar debidamente informado. Y estar bien informado es recibir la información de primera mano, generalmente de los protagonistas de los acontecimientos, de otra manera un periodista se convierte en un especulador, que se basa en los rumores, los famosos chambres que son la fuente favorita de los falsos comunicadores que despotrican en las redes sociales.
Pero, ante la advertencia de nuestro amigo, que es una persona bien informada, ahora tomo la precaución de no llevar mi celular a las reuniones, porque aunque nuestras conversaciones giran sobre lo que sucede en las diferentes esferas políticas y del gobierno, no hay el mínimo indicio de conspiración, porque nunca hemos tenido interés de obtener cuotas de poder ni buscar el poder total, como no hemos participado en ninguna actividad que tienda a dañar a algún gobierno. Nuestro trabajo es eminentemente crítico y lo hacemos sin ocultarnos, en forma abierta, en los comentarios en televisión y por la radio, nada de manera subterránea, cada vez que hacemos una crítica lo hacemos fundamentados en hechos que han sido verificados, por nuestras fuentes o por nosotros mismos.
Sin embargo, ahora estamos más conscientes que nunca, que estamos siendo permanentemente monitorizados o escuchados por alguien que logra enchufarse a nuestro celular a través del Pegasus, que por lo que nos han contado, es un sistema que usan los cuerpos de seguridad, que actualmente no están al servicio del Estado sino del gobierno, que de esta manera se da cuenta de todo lo que hablamos ciertas personas, como los periodistas, que a veces en las conversaciones nos da por soltar la lengua para hablar mal de algún funcionario, para censurar el mal trabajo que está haciendo, pagado con el dinero que proviene de nuestros impuestos.
Así que, hasta en la calle cuando vamos en el auto, en la oficina, en el dormitorio, y hasta en el baño donde tenemos la costumbre de tener el celular lo más cerca posible por alguna llamada urgente de la oficina, incluso cuando estamos en el campo, como no podemos prescindir del celular, estamos conscientes que somos objeto de una permanente interferencia por el Pegasus, de manera que una broma que pudiéramos hacer podría ser usada en algún momento como una prueba en contra nuestra, sobre todo, cuando el señor Andrés Pavón ha alertado que el gobierno está elaborando perfiles de todas las personas que hacemos labor crítica, con una finalidad represiva.
Así que ya lo sabemos, estamos siendo objeto de un rastreo constante a través del Pegasus, aunque llevemos el celular apagado o bloqueado en modo avión. El problema más importante y preocupante tiene que ver con la desaparición del entorno privado, que ha reducido nuestros espacios de libertad. Ahora, para tener más libertad, hay que ser como el personaje Robinson Crusoe, no tener celular, no tener ordenador, no tener tarjeta y si es posible, no tener carro. Para disfrutar de libertad y escapar de la persecución del Pegasus, hay que vivir como náufrago.
Así son las cosas y así se las hemos contado hoy viernes 12 de abril de 2024.